Los últimos análisis llevados a cabo por el equipo de Syndonia Bret-Harte del Instituto de Biología Ártica, dependiente de la Universidad de Alaska en Fairbanks, indican que ese incendio en la zona del río Anaktuvuk, Alaska, liberó a la atmósfera de una sola vez aproximadamente el carbono que el terreno afectado había capturado durante los 50 años anteriores.
La datación mediante la técnica de radiocarbono ha indicado que la edad máxima del carbono liberado era de medio siglo.
Esto indica muy claramente la rapidez con la que un solo incendio como éste en la tundra puede contrarrestar e incluso superar el efecto beneficioso de medio siglo de absorción y almacenamiento de carbono.
Si incendios como éste se suceden a intervalos superiores a medio siglo, entonces la tundra tendrá tiempo para recuperarse. Pero si el intervalo entre cada incendio de esta clase es menor de medio siglo, la tundra ya no será capaz de recuperarse, ni, por tanto, de retener la cantidad de carbono que antes retenía, lo cual acarreará consecuencias negativas para el medio ambiente. Por desgracia, con el calentamiento global, la segunda posibilidad (intervalos inferiores a medio siglo entre cada incendio) es la más probable.
Los suelos típicos de la tundra tienden a absorber y almacenar carbono, en forma de materia orgánica. Debido a ello, acumulan una inmensa cantidad del mismo, y es fácil que buena parte del carbono retenido lleve ahí siglos o milenios inmovilizado.
Fuego de 2007 en el río Anaktuvuk. (Foto: Michelle Mack)
Las capas superiores del terreno suelen aislar la parte del subsuelo que está helado permanentemente, y que contiene una mezcla de materia mineral y hielo, conocida como permafrost. En condiciones normales, si se desata un incendio, sólo arde la vegetación de la superficie y la hojarasca del suelo. Pero a medida que los veranos árticos se tornan más calurosos y secos, capas cada vez más profundas del terreno son susceptibles de arder, ya que cuando se desecan resultan muy inflamables, en buena parte por ser ricos en turba. Eso permite que los incendios profundicen más en la tierra.
Cuanto más abajo llega el fuego, no sólo se libera el carbono atrapado en capas cada vez más hondas del subsuelo, sino que también se acelera el deshielo del permafrost que se encuentra debajo. El material orgánico del permafrost, que antes estaba congelado, puede empezar a descomponerse, liberando gases como el dióxido de carbono y el metano que pueden amplificar a su vez el calentamiento global responsable de esta cadena de fenómenos perniciosos.
Fuente: Noticias de la Ciencia y la Tecnología
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